Ningún iceberg pidió perdón a ningún barco, claro que pocos barcos pudieron verlos venir…
Supongo que hay naufragios que son irremediables, de esos en los que la sal del mar escuece en los ojos e incluso salvándote, llegando a la orilla, arena y viento hacen un pacto para hacerte saber que nunca se sale indemne de algo así.
Es muy difícil seguir siendo capitán de un barco cuando ya no saben igual los besos, cuando los verbos empiezan a conjugarse en pretéritos y cuando se cambian las cerraduras de las puertas.
Es difícil seguir el rumbo cuando las brújulas ya no señalan el norte, cuando los huracanes dejan de ocurrir en las camas y cuando la primavera marchita las flores.
Como en toda historia, siempre hay algún superviviente que vive para contarlo.
No sabéis lo que cabe en las heridas, ni lo bonito que vuelven la piel los que las sanan. Salir a flote es lo que más se desea en los naufragios, pero si además de esos, agarran el timón contigo, reconstruyen los mástiles y resuelven las equis de los mapas, merece la pena hacerse el ciego y disfrutar del camino hasta llegar al iceberg.